Las multitudes presentan una tendencia más ruidosa, desordenada e invasiva y se ven afectadas por el «síndrome del protagonista», lo que hace reaccionar a los artistas.
El retorno de los recitales presenciales después del aislamiento por la pandemia de Covid-19 ha llamado la atención diversos especialistas, que han llegado a la conclusión de que la audiencia se caracteriza por una actitud marcadamente diferente por parte del público a la acostumbrada antes del 2020.
En el último tiempo, cada vez es más común que artistas expresen incomodidad o molestia por gestos irrespetuosos e incluso abusivos por parte de quienes los van a ver. Avalanchas humanas, gritos impertinentes y lanzamiento de objetos peligrosos al escenario: las multitudes que atienden a los shows en vivo presentan una tendencia más ruidosa, desordenada e invasiva que nunca. Por otro lado, los espectadores presentan una aparente necesidad más fuerte que nunca de registrarlo todo a través de celulares o de convertir sus experiencias en materiales para redes sociales, presas del «síndrome del protagonista».
John Drury, profesor de psicología social en la Universidad de Sussex especializado en psicología de públicos, dijo al medio Dazed que si bien muchos de estos hechos son anecdóticos, todos apuntan en la misma dirección por lo que lo entiende como un fenómeno «disruptivo”.
Un análisis realizado en la revista Billboard 2021 señaló que el regreso de los recitales después del aislamiento estuvo liderado principalmente por la generación Z, incluyendo muchos jóvenes que estaban experimentando sus primeros conciertos. Este factor es probablemente uno de los más influyentes en el cambio de dinámica. No se trata de un adultocentrismo sin fundamento, sino de identificar que muchos adolescentes pasaron dos años vinculándose casi únicamente de forma online: desarrollaron otras tendencias respecto a su vínculo con los artistas y no tuvieron dónde aprender la «etiqueta» de los recitales.
La Dra. Bennett, una de las analistas de Billboard, indicó que está cambiando la idea de lo que quiere decir participar de un evento en vivo de manera física: «para muchos individuos, la noción de estar ahí equivale a participación física, ya sea tirando algo, gritando o participando de una estampida».
No caben dudas de que el apogeo de las redes sociales y el crecimiento exponencial de la «virtualización» de la experiencia alimentada por la pandemia también influye en esta transformación. El «síndrome del protagonista» explica la urgencia por transformar toda experiencia en un contenido para consumo de otros. El público ya no sólo mira los shows a través de sus celulares para poder filmar, sino que también hace challanges de TikTok o busca capturar el BeReal perfecto.
Bennett también menciona las relaciones parasociales que muchos fanáticos entablan con sus ídolos, las cuales consisten en la sensación de conocerlos, y hacen que perciban el show en vivo como un momento privilegiado para destacarse en medio del resto y ser notados por quien está arriba del escenario.
¿Y los artistas?
Esto enciende alarmas en los artistas y los empuja a reaccionar -muchas veces en caliente y a efectos de la frustración- o tener que hacer aclaraciones respecto a cómo esperan que se comporte su público. Es el caso de Azaelia Banks, quien anunció que no tocaría más en Australia luego de que le tiraran una botella al escenario; Steve Lacy, que hizo pedazos la cámara que un fanático le había arrojado; Kehlani, que denunció haber sido asaltada sexualmente por un fan en un show; o Mitski, quien pidió a sus fanáticos que guardaran sus teléfonos durante los recitales mediante Twitter.
La multitud recitalera de Buenos Aires no es la excepción de este fenómeno: desde que se relajaron las restricciones pandémicas, la agenda de la Ciudad se llenó de presentaciones musicales y más de una de ellas contó con algún episodio en el que los artistas reaccionaron a la actitud del público.
En la reciente primera edición del Primavera Sound, los Arctic Monkeys detuvieron su show durante 15 minutos porque les preocupaba la seguridad de un público que, pese al barro y la lluvia, no paraba de hacer pogo. Alex Turner, frontman de la banda inglesa, intentó pedir tranquilidad reiteradas veces y la situación no se relajó hasta que salió un representante de la organización del evento a decir que si el público no paraba, el show se terminaba. Como consecuencia, la banda cambió el setlist de su show y reemplazó temas agitados por otros más lentos.
En marzo del 2022, Miley Cyrus advirtió a los espectadores del Lollapalooza que no hacía falta cantar a los gritos cada vez que había una pausa entre tema y tema, que era necesario tanto para ella como para sus fans descansar y tomar un poco de aire. «No me voy a ningún lado, se los prometo», dijo la estrella pop entonces.
Cuando alguien le arrojó al escenario del Movistar Arena un paquete con un regalo de parte de un emprendimiento de indumentaria y casi le da en la cabeza, Rosalía también le reprochó -suavemente- la actitud al público porteño. «Por favor, si queréis tirar una cosa tírala con cuidado. Dicho esto, aquí dice ‘amor’. Amor, amor, pues me la has tirado casi en la cara, eh. Cuidadito», dijo la española.
@rosaliacool Le tiran a Rosalía una carta: “Por favor, si queréis tirar una cosa tiradla con cuidado y con puntería, por favor”, y procede a leerla y abrir lo que contiene, hoy en su concierto en Argentina 🇦🇷 #rosalia #motomamitour ♬ MOTOMAMI – ROSALÍA
A Duki le pegaron en la cara con un vaso lleno de líquido cuando estaba cerrando su histórica presentación en Vélez. No hizo falta que hablara, su mirada enojada lo dijo todo.
Coldplay desplegó 10 fechas en River Plate, una de las cuales fue streameada en vivo en cines de todo el mundo. Esa noche del 27 de octubre, Chris Martin paró en seco la interpretación de uno de sus temas para pedir por favor a la gente que guardara sus celulares e intentara disfrutar del momento junto a la banda, y así transmitirle una gran energía a quienes miraban a través de pantallas.
Los ejemplos podrían seguir: usuarios de Twitter señalaron que en recitales de Harry Styles y Måneskin lidiaron con empujones de gente que quería estar delante «por la foto para subir a Instagram». El punto es que la intensidad participativa por la que el público argentino es conocido parece estar traspasando los límites de lo que, hasta ahora, resultaba tolerable en un recital. La pandemia modificó muchos de los hábitos sociales, al parecer la forma de disfrutar del arte y la cultura no escapa al impacto del aislamiento.