Mi viejo casi muere en las Torres Gemelas

«El señor llegó y se murió, yo no”. A 22 años del atentado al World Trade Center en Estados Unidos, un relato familiar de la crisis para zafar de otra crisis.

Por Rosario Rousseaux


El 2001 fue un año de porquería. Como tantas otras familias, la mía -mi papá, mi mamá y yo que tenía 3 años- nos quedamos en la calle. En medio de una de las crisis económicas y políticas más crudas que le costó a Argentina 40 muertos en manifestaciones, cientos de cacerolas rayadas, cinco presidentes y un helicóptero, mi viejo en la búsqueda desesperada de sobrevivir consiguió de casualidad viajar a Estados Unidos.

Sin saber una palabra de inglés, fuera de las letras de Los Beatles, y de ilegal, Jorge a los 42 años se subió al avión sin pasaje de vuelta para conseguir trabajo de programador, o de lo que sea, y pasarle unos pesos a mi vieja. Pero allá lo esperaba otro atentado. 

“Estábamos durmiendo en lo de la abuela, vos al lado mío y yo sentí que papá me daba un beso en la mejilla. Le quise acariciar la cara, dije ‘ay viniste’, mi mano chocó con mi cara y me desperté porque justo tu prima vino y dijo ‘están bombardeando Nueva York’”, se acuerda mi vieja.

Ella sabía que ese día él tenía una entrevista en las Torres Gemelas del World Trade Center. “Me levanté y miré la tele y vi caer las torres y casi me muero, no quería que vos miraras. Me apoyé en la pared de la ventana del teléfono y me doblé para adelante pensando que papá había muerto porque lo llamaba y no respondía”.

El 11 de septiembre de 2001, en Manhattan, 2.977 personas murieron por el impacto de dos aviones en los edificios. 67 eran inmigrantes indocumentados y la mayoría eran trabajadores del restaurante Windows on the World en lo alto de la Torre Norte. Alrededor de 6,000 personas más resultaron heridas, millones de ciudadanos terminaron con traumas psicológicos y cientos de inmigrantes murieron o quedaron con problemas de salud crónica por participar de la limpieza de los escombros y cenizas tóxicas a cambio de obtener la ciudadanía estadounidense.

Jorge estaba trabajando como programador con un chino de Tennessee que tercerizaba inmigrantes. “El día anterior había que hacer una entrega de una presentación de cómo iba a funcionar el sistema. Me quedé trabajando hasta las 2.30 de la madrugada de ese 11 de septiembre, todavía anda por ahí el CD con el backup que había hecho para no perder nada”, se acuerda.

A las 9 de la mañana, en el cuarto piso de la Torre 1, él tenía una entrevista con una persona del Citibank para ver si conseguía un trabajo más formal. Estaba casi sin dormir. De mi viejo heredé la capacidad de trasnochar trabajando y llegar tarde a reuniones. Mientras él se preparaba, a las 6 de la mañana comienza el movimiento pre atentado. A las 8 am, el vuelo 11 de American Airlines despega de Boston. A bordo se encuentran once tripulantes, 76 pasajeros y cinco secuestradores. El avión está lleno de 76.400 libras de combustible para su viaje transcontinental a Los Ángeles.

“Cuando llegué a las 8:50 hs del 11 de septiembre, el tipo me llama por teléfono y me dice que está atrasado si podía esperarlo hasta las 10 y yo le dije que no. Me sentía muy cansado y no me sentía bien para hablar. Así que le dije que no podía porque se me iba a hacer muy tarde para mi trabajo”, repasa Jorge.

Pegó media vuelta y encaró para Port Authority a tomar el micro como todos los días. “Salí y a las dos cuadras que me fui caminando chocó el primer avión. El señor llegó y se murió, yo no”.

En total fueron cuatro aviones – dos de United Airlines y dos de American Airlines – secuestrados por un total de 19 terroristas pertenecientes a Al Qaeda. Dos de los cuatro vuelos impactaron en las Torres Gemelas. El tercero se estrelló en el Pentágono y el cuarto en un campo de Pennsylvania. Se cree que éste último estaba destinado a estrellarse en el Capitolio, pero la tripulación lo evitó. Jorge dice que el primer impacto no lo escuchó, por ahí porque los edificios eran muy altos.

En la calle era todo caos. “El micro no salía y como un tonto me tomé el tren a la estación 175, al Whasington Bridge que es el puente más al norte de Manhattan, para cruzar a New Jersey donde estaba mi trabajo pero un policía no me dejó salir de la estación para ir a tomar una combi que salía de ahí”, me cuenta mi viejo. En la tele de la terminal ya estaban mostrando las imágenes de la caída de la primera torre.

“Entonces se cortó todo, teléfono, tren, micro, subte y yo me volví a Queens que quedaba en la 56, desde la 175, caminando. Pasé por el Bronx, pasé por todos lados. Crucé 4 puentes a pie. Y cuando estaba llegando, justo entró una llamada de mamá al celu que había vuelto a la normalidad”, recuerda Jorge.

Mamá también se acuerda. «Estoy bien, estoy caminando al departamento”, fue lo único que escuchó antes de que se cortara la llamada. “Me puse a llorar y desde ese día tenía la TV prendida 24hs”, relata mi vieja. Doy fé. Yo me sentaba en el sillón frente a la tele de tubos con mis piernitas colgando y seguíamos atentas todas las noticias internacionales con la abuela.

La peregrinación de mi viejo a Queens fue lo que más le impactó del día. “Lo más curioso fue que en el trayecto, yo le comentaba a la gente que terrible lo que había pasado, y nadie me respondía. No me olvido más, mucha mucha mucha, gente caminando toda en silencio. y nadie me contestaba”, cuenta mi viejo que es un tipo sociable y conversador como cualquier argentino promedio.

“Otra cosa que me acuerdo es que inmediatamente suspendieron todos los programas de televisión. La gente de los noticieros fueron reemplazados por otras personas, suspendieron todas las series que podrían ser agresivas para que la gente no entra en shock y los que daban las noticias eran igualitos a los que hablaban acá de la guerra de las Malvinas”, dice Jorge.

Cuando llegó se puso a ver las noticias. Por mi vieja se enteró, gracias a nuestro monitoreo de noticieros, que las cenizas cubrían todo Manhattan, que la magnitud fue enorme y que ya circulaban las versiones de un posible autoatentado. También le contó de las imágenes que pasaban de la gente saltando por las ventanas desde pisos altísimos, que en NY no se decía nada ni las pasaban por ningún lado.